Como se ha demostrado en un estudio, la sofisticada odontología de los indígenas norteamericanos les permitió ponerse pedruscos en los dientes hace nada menos que 2.500 años.
Los antiguos pueblos del sur de Norteamérica iban al dentista, los primeros de los que tenemos noticia, para embellecerse los dientes con orificios, surcos y piedras semipreciosas, según un reciente análisis de miles de dientes procedentes de colecciones del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México (como se aprecia en el cráneo anterior, encontrado en Chiapas, México).
Los científicos desconocen el origen de la mayoría de los dientes de estas colecciones, que pertenecieron a personas residentes en la región, llamada Mesoamérica, antes de la conquista española del siglo XVI.
Lo que está claro es que la gente, en su mayor parte, hombres de toda condición, optaron por este estilo, como afirma José Concepción Jiménez, un antropólogo del instituto que hace poco anunció el hallazgo.
«No se trataba de distintivos de clase social», sino que su función era puramente decorativa. En realidad, la realeza de la época, como la Reina Roja, una momia maya encontrada en un templo de Palenque en lo que hoy día es México, no presenta decoraciones dentales.
También se han encontrado otras pruebas de antigua odontología mesoamericana, incluida una persona a la que le hicieron una dentadura ceremonial.
Estos antiguos dentistas eran muy competentes, ya que usaban un útil similar a un taladro con una piedra dura, como la obsidiana, capaz de perforar el hueso.
Según Jiménez, «Es posible que aplicasen algún tipo de anestesia, a base de hierbas, antes de taladrar para suavizar el dolor».
Las piedras ornamentales, como el jade, se pegaban con un adhesivo hecho de resinas naturales, como la sabia de algunas plantas, mezclado con otros químicos y polvo de hueso.
Probablemente los dentistas tenían un conocimiento profundo de la anatomía de los dientes. Por ejemplo, sabían cómo taladrarlos sin tocar la pulpa dentaria, no querían generar una una infección o provocar la pérdida de un diente o su rotura.
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