Aitor Hernández nació en Lanzarote. Aunque es fisioterapeuta, ha sido el encargado de coordinar y gestionar un 'Dental Camp' que la ONG WorldProject ha establecido en Entebbe, Uganda, durante dos semanas, consiguiendo prestar ayuda sanitaria a un total de 585 personas.
Del 5 al 20 de julio, Enrique Plata (Lanzarote), Aitor Hernández (Lanzarote), Nadia Romanec (Madrid), Belén Larruscaín (Bilbao), Leo Coutsiers (Madrid) y Ana Gutiérrez (Santander) han formado la quinta expedición que esta joven ONG, con base fiscal en la provincia de Las Palmas, ha completado.
Tras realizar dos misiones de medicina general, una de fisioterapia y una quirúrgica, en esta quinta edición el objetivo era atender la salud bucodental de un pueblo pobre, casi sin recursos, que no se puede permitir, en su mayoría, los 2,80 euros que supone realizarse una extracción dental en ese pais.
Esto se debe a que el porcentaje de población que tiene un empleo es muy bajo, con un sueldo medio de 40 euros mensuales, lo que hace impensable que una persona pueda costearse un tratamiento reconstructivo en una sociedad que funciona, básicamente, con el trueque. Hasta estos campamentos se desplazaron personas que tenían hasta dos días de camino para llegar al barrio en el que se había instalado.
Con la colaboración del Colegio de Dentistas de Santa Cruz de Tenerife y varias empresas privadas, estos jóvenes han reunido el material necesario para montar seis días de campamento dental, en tres ciudades diferentes, y ayudar, de una manera totalmente desinteresada, a la población local.
Montar esta infraestructura supuso para WorldProject unos 1.300 euros más el material. Una vez instalados, este siempre se separaba en dos mesas, una con fungibles y otra con instrumental.
Así, fueron 215 las personas atendidas en los aledaños del centro de salud de Kigungu, 137 las que recibieron tratamientos en Zinga Island y 233 las que se vieron beneficiadas por esta misión en el hospital de la zona (Grade A).
Además de tareas de prevención, la asistencia para curar tratamientos y realizar extracciones fue masiva. El primer día, en apenas una hora y media, la persona encargada del registro tuvo que poner fin a las inscripciones, ya que había más de 300 personas esperando para ser atendidas.
Entre voluntarios y locales, cada día se reunían unas 20 personas que trabajaron a destajo entre 7 y 8 horas. Con el fin de evitar el caos, los campamentos fueron organizados en un solo sentido, comenzando por una zona de registro, otra de chequeo, un lugar de espera y posteriormente, el espacio dedicado para los tratamientos. Al salir, los pacientes pasaban por el área de farmacia, y, en un lugar apartado, se encontraban los equipos de esterilización.
Aunque la sensación de felicidad reina a la vuelta, cuenta Aitor Hernández en una entrevista con Europa Press que fueron muchas las dificultades previas, sobre todo con las instalaciones, ya que "la idea inicial" era que al llegar, "estuviera lista la clínica de voluntarios que se construyen en la isla de Zinga, y no fue así".
IMPACTO DE LA MALARIA
Por ello los voluntarios españoles, junto a los dentistas locales que se prestaron a la causa, montaron carpas y se instalaron en el orfanato Malayaka House, a quien les une una estrecha relación, para diagnosticar así a aquellos niños que tuvieran algún tipo de problema, más allá de los bucodentales.
"Recogí a un niño que tenía una infección porque le había picado un tipo de moscas que te deja la larva dentro, en este caso, de los pies. Tenía fiebre, estaba ardiendo, los test de malaria daban negativo... No eran problemas dentales, pero teníamos que hacer algo", afirma Aitor.
Además, explica que los hospitales de la zona presentan muchas deficiencias, llegando incluso a mezclar "niños con malaria con inmunodeprimidos, con todo lo que eso puede traer". Por ello, todas las misiones que WorldProject emprende tienen dos partes bien diferenciadas: una de logística y mejora de instalaciones y otra sanitaria, siendo ambas igual de importantes para sus organizadores.
Un proyecto de esta envergadura necesita una minuciosa y cuidada organización que, dice Aitor, "requiere tres semanas de dedicación exclusiva y hasta cuatro meses más de echarle horas cada jornada". Por ello considera "impagable" la ayuda de Diana, la coordinadora de Islands Missioners Uganda, que colaboró en todos los temas de logística, y fue imprescindible "a la hora de pedir precios y que no nos trataran como extranjeros".
Para que este intenso trabajo llegue a buen puerto, el "buen rollo" entre los expedicionarios es "imprescindible". A ellos se les unieron en esta ocasión un marinero y una cocinera, que les deleitaba cada día con platos locales entre los que no faltaba el makoke, el arroz, una especie de batata y el pescado, así como el 'jackfruit', una fruta de la zona.
"Acampábamos o dormíamos en el orfanato, pasábamos 24 horas juntos. En nuestros viajes compatibilizamos el ocio y el trabajo, añadimos algo de turismo, para que no todo sea tensión", explica Aitor, que en Uganda, entre otras cientos de cosas, puso ladrillos y rellenó fichas de pacientes.
"Cuando vuelves, te ha cambiado y ayudado el entorno más a tí que tú al entorno", afirma tajante el organizador, que recomienda a todos aquellos que tengan en mente emprender una misión en un país en vías de desarrollo "ser una persona que ve las soluciones antes que los problemas y, en lo sanitario, bloquear un poco tu lado humano".
WORLDPROJECT UGANDA
Cuando por primera vez la ONG llegó a Uganda, lo hizo tras un intento frustrado en India. Allí conocieron a los responsables de Malayaka House, que proporcionaban una atención "excepcional" en la educación pero tenían un déficit en el aspecto sanitario. Así nació una simbiosis que, casi tres años después, es muy fructífera con la Clínica Dental de Zinga.
"Nosotros no tenemos una gran infraestructura ni muchísimos voluntarios, por lo que la idea fue unirnos a algo que ya estuviera asentado", informa Hernández, quien indica que la relación con los rotarios -- grupo social importante en el área -- les ha ayudado a avanzar en sus proyectos.
Tras la segunda misión, WorldProject recibe una carta de Collins, un estudiante de odontología que, al sufrir un accidente, ha tenido que dejar la carrera. Una prótesis casi a ojo y la voluntad del afectado, así como el atino del fisioterapeuta a la hora de encajarla, han conseguido que este dentista ahora esté en condiciones y pueda ser uno de los voluntarios locales que ayudan a sus vecinos.
Aunque reconoce haber tenido "mucho miedo" antes de salir, pues era su primera experiencia como responsable, Aitor vuelve con ganas de repetir. Tantas, que en noviembre tienen el plan de hacer otra misión, de medicina general, en el hospital Grade A.
Con la culminación de la Clínica de Zinga, WorldProject quiere volver cada época estival a instalar sus sillones y poner en marcha sus cepillos para que el Dental Camp se convierta en una realidad que no falle a su cita anual.
Podéis colaborar a través de:
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